lunes, 11 de junio de 2012

Segunda vuelta


De Jesús Silva - Herzog Márquez


México no tiene segunda vuelta para decidir su elección presidencial. Todo se resuelve en un día. Para ganar no se necesita un porcentaje mínimo, se requiere simplemente tener más votos que el segundo lugar. Sin embargo, en nuestras elecciones suele haber dos tiempos, dos etapas de la competencia. La primera es una lucha abierta. El puntero se empeña en conservar su delantera mientras sus adversarios luchan entre sí para colocarse en la posición del contendiente. La segunda etapa arranca cuando es claro quién es el candidato que puede desbancar al puntero. A partir de ese momento, la competencia se polariza: toda la atención se dirige a los dos sobrevivientes. La tercera fuerza se margina hasta volverse un testigo de la final a la que no pudo clasificar. Cuando resulta claro quiénes son los dos finalistas, muchos votantes se ven ante una disyuntiva compleja: seguir respaldando al candidato que ya no tiene ninguna posibilidad de triunfo o abandonarlo para  respaldar la opción que detesta menos. El voto de conciencia puede ser un desperdicio; el voto útil puede sentirse como una vergüenza. El elector sentirá que tira su voto a la basura o que debe taparse la nariz al votar. Esa es la terrible dificultad de quien vota sin entusiasmo.

Las elecciones presidenciales recientes han tenido esas dos fases. Una primera ronda de competencia abierta y una segunda etapa con los finalistas. Vicente Fox ganó el derecho de presentarse como la alternativa a la continuidad priista en la primera ronda de la elección del 2000. En 2006, Felipe Calderón anuló al candidato del PRI para presentarse después como la opción de quienes temían la victoria de López Obrador. En la elección que corre vemos un fenómeno parecido pero sin la nitidez de las finales previas. La polémica encuesta de Reforma publicada el jueves pasado coloca a Josefina Vázquez Mota muy atrás del segundo lugar que ya muerde los talones al puntero. Otros estudios de opinión, sin embargo, mantienen la competencia por el segundo lugar como la fuente principal de incertidumbre en la elección. Consulta Mitofsky, Parametría y Ulises Beltrán registran una diferencia entre segundo y tercero de menos de 4 puntos y una distancia de 16 puntos o más entre el segundo y el primero. Todas coinciden ya en ubicar al PAN como tercera fuerza pero difieren significativamente en la condición de su rezago. Reforma ve una contienda por el oro, mientras las otras casas encuestadoras insisten en que el pleito es sólo por la medalla de plata.

De cualquier modo, la dinámica polarizante empieza a imantar la elección.

De unas semanas a la fecha, se percibe una contienda entre dos: Enrique Peña Nieto y Andrés Manuel López Obrador. Que así sea, que haya remontado ya a quien arrancó en segunda posición de acuerdo a todas las encuestas fiables, que adelante en las preferencias a pesar de la debilidad de los partidos que lo respaldan, es un inmenso éxito de López Obrador. El candidato de la izquierda logró en primer lugar, cambiar lo que se creía inmodificable: su propia imagen. A muchos nos habrá parecido una sentimentalada reaccionaria y absurda su retórica amorosa pero sirvió, sobre todo, para cambiar de tono. La campaña de 2012 está compuesta en otra clave, en una muy distinta a la de hace seis años. Por supuesto, no ha desaparecido el denunciante de corruptelas y oligarquías, no se borró el político que desprecia a las instituciones, pero la entonación de la crítica parece distinta. Algunos ven cansado al candidato de izquierda, yo veo que, más que fatigarlo, el tiempo lo ha suavizado. Un inmenso servicio le han prestado a la izquierda los estrategas del PAN. Los panistas reeditaron la campaña de denuncia del 2006 para retratar a Peña Nieto como el nuevo peligro para México. La campaña ha sido eficaz: deterioró la imagen del priista y mejoró, como hace seis años, la intención de voto para el segundo lugar. El beneficiario de la campaña negativa del PAN ha sido, sin duda, López Obrador.
Empiezan a darse señales de que la segunda vuelta está en marcha. López Obrador recibe las críticas que antes concentraba en exclusiva Peña Nieto. La geometría de la contienda ha cambiado sustancialmente. El debate que viene, por ejemplo, será radicalmente distinto al previo. El blanco de los ataques será, seguramente el candidato de izquierda, quien recibirá críticas del PRI, del PAN y del otro. El nerviosismo de los panistas ante la anulación de su candidata se hace notar: alguno minimiza el riesgo de que el PRI recupere el poder, otros advierten del peligro de apoyar a López Obrador por la inercia del antipriismo. Sin decirlo abiertamente, los panistas saben bien que su barco se hundió. Si es derrota o catástrofe es para ellos la incógnita. Y para el resto, la incertidumbre es el comportamiento del elector en una elección que se polariza. Quedan las semanas más intensas de la elección del 2012.

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