lunes, 14 de mayo de 2012

Masacres ( o las consecuencias de perseguir la pelota )


El 17 de abril, aparecieron 14 cadáveres mutilados en Nuevo Laredo. Días después, un coche bomba estalló frente al Palacio Municipal de esa ciudad fronteriza. Ambos actos fueron, según la evidencia disponible, ataques del cártel de Sinaloa y de sus aliados del cártel del Golfo. En respuesta, las autoridades parecen haber reforzado la vigilancia en la zona. Esa reacción perjudicó más a los Zetas, grupo dominante en Nuevo Laredo, que a la banda agresora. En represalia, los Zetas procedieron a secuestrar, torturar, matar y colgar de un puente a nueve presuntos integrantes de las células del Chapo en el norte de Tamaulipas (no especulo: así lo dijeron en una manta). Los de Sinaloa respondieron con 14 homicidios más en el bastión zeta.Más vigilancia federal en la zona.
A los días, los Zetas cambiaron de escenario: fueron a Jalisco, secuestraron aleatoriamente a 18 personas inocentes (y tenían, al parecer, la intención de secuestrar 32 más) y arrojaron sus cadáveres en la carretera Guadalajara-Chapala ¿Para qué el acto de sadismo? Pues, previsiblemente para atraer más presencia militar y policial a la región, dominada por el cártel de Sinaloa y sus socios locales (Hoy aparecieron 49 descuartizados en Nuevo León, sobre la carretera Monterrey-Reynosa. Ignoro si ese hecho está conectado a la secuencia anterior, pero no me sorprendería)
Para los grupos criminales, el juego está claro: el objetivo es llevar la guerra al territorio del rival. Calentarle la plaza, para usar su jerga. Han aprendido que las autoridades (federales y estatales) siguen a la pelota, no al hombre: van a donde aparecen los cadáveres y no a donde se ordenan las muertes. Operan con sentido estratégico, mientras que el gobierno se limita a respuestas tácticas.
¿Cómo frenar la espiral? Cambiando los incentivos, pasando de una lógica territorial a una lógica organizacional. En concreto, a cada masacre, se debería responder con un golpe inmediato en contra del grupo responsable en su zona de influencia: si el Chapo ordena asesinatos en Nuevo Laredo, se detonan acciones en Culiacán, Nogales o Durango; si los Zetas matan en Jalisco, la respuesta se da en Nuevo Laredo, Piedras Negras o Veracruz.
¿Y de que tipo de acciones estamos hablando? Aquí les va una lista no exhaustiva:
  • Traslado de reos pertenecientes al grupo agresor a prisiones federales (uno por víctima, para que quede claro el mensaje)
  • Instalación de retenes móviles en rutas de trasiego del grupo correspondiente (digamos, Monterrey-Nuevo Laredo en el caso de los Zetas o Hermosillo-Nogales si se trata de Sinaloa)
  • Patrullajes intensivos en las zonas de influencia del grupo agresor
  • Reforzamiento temporal de inspecciones aduaneras en puertos marítimos (por ejemplo, Manzanillo o Guaymas para Sinaloa; Veracruz o Altamira para los Zetas).
  • Con asistencia de EUA, reforzamiento temporal de controles en cruces fronterizos específicos (ejemplos: Laredo o Eagle Pass para jorobar a los Zetas: Nogales. Calexico o San Ysidro para tupirle a Sinaloa)
  • Cierre de narcotienditas y/o giros negros en ciudades seleccionadas (similar a lo sucedido ayer en Ciudad Juárez)
  • Detención de células de sicarios del grupo relevante, previamente identificadas
Nada de lo anterior requiere tener una policía calibre Scotland Yard, capacidades de inteligencia tipo CIA o poderes de caballero jedi. Cada una de esas acciones ya se hace o ya se ha hecho: se trata precisamente del tipo de cosas que sucede cuando se “calienta una plaza”. Sólo que hay que escoger la plaza adecuada para subirle al termostato.
La segunda objeción es que los grupos criminales podrían hacer una maniobra de contrainteligencia, es decir, ir al territorio del rival, dejar una pila de muertos y hacer pasar el hecho como obra de los enemigos. No es imposible, pero hay límites a la picardía:
  • Dejar muertos con cargo al rival elimina uno de los móviles de las masacres en territorio ajeno. A la sazón, mostrarle dos cosas a terceros (la autoridad, otros grupos delictivos, la opinión pública):  a) la capacidad propia para operar donde sea y b) la debilidad y falta de control del rival en su zona de influencia. La violencia extrema no tiene mucho sentido si no se puede presumir. Peor aún, colgarle muertos al enemigo puede acabar fortaleciendo sureputación de brutalidad, un activo invaluable en el submundo criminal.
  • El grupo afectado tendría un incentivo gigantesco para aclarar el malentendido y pasarle al gobierno la información pertinente sobre la autoría del hecho.
  • Las autoridades podrían mandar el mensaje que, de descubrirse un engaño, la reacción se intensificaría (ejemplo, se duplicaría el número de presos trasladados a penales federales),
Esto, por supuesto, no previene todas las formas de violencia. Simplemente podría evitar que los grupos criminales usen a las autoridades como garrote involuntario en contra de sus enemigos  (Nota: no estoy sugiriendo que exista complicidad de ningún genero entre el gobierno y alguna banda delictiva) ¿Estoy seguro de que funcionaría? No, pero ¿exactamente que se pierde intentándolo? ¿Qué parte de lo descrito arriba no se puede hacer ya? ¿Qué parte requiere una generación de fortalecimiento institucional antes de siquiera contemplarse?
Los delincuentes pueden ser psicópatas, pero no son irracionales: no masacran a inocentes (sólo) por diversión. Lo hacen porque ya nos tienen calados, porque saben como van a reaccionar las autoridades, porque entienden que pueden apilar cadáveres a costo marginal casi cero para su causa. Y mientras no los convenzamos de lo contrario, los muertos se van a seguir contando en docenas.

De Alejandro Hope. 

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