De Federico Berrueto
La geografía electoral está
cambiando mucho más rápido de lo que se advierte. Los cambios son profundos, lo
que revela una transformación de la base de los partidos. Quien tenga mayor
sensibilidad en el tema regional, mayores serán sus posibilidades de éxito,
especialmente si se tiene claridad sobre los electores indecisos.
Seis de cada 10 votantes habrán
de sufragar simultáneamente en elecciones presidenciales y comicios locales. En
siete entidades se renovará el Ejecutivo local. Las campañas estatales y la del
DF se realizan de conformidad a las legislaciones locales, aunque hay reglas
comunes que se derivan del marco electoral en la Constitución. Más allá de las
instituciones y los calendarios, es una realidad que la política cada vez es
más local.
En esto radica la diferencia
entre los distintos candidatos presidenciales. Quien quiera descifrar la
incógnita sobre el desenlace de la elección se equivocará si excluye lo que
ocurre en la dinámica diversa de estados, municipios y el Distrito Federal.
Así, por ejemplo, el discurso presidencial sobre la inseguridad y la
responsabilidad de los gobiernos priistas tiene alta recepción en el norte del
país y parte del estado de Veracruz, no así en el resto. No obstante ser
territorios gobernados por el PRI, el presidente Calderón allí tiene las
mejores calificaciones; las más bajas se observan donde hay mayor densidad de
población, esto es, en el centro del país.
La geografía electoral está
cambiando mucho más rápido de lo que se advierte. Los datos agregados en lo
nacional de los estudios de intención de voto o el ejercicio estadístico de
elecciones pasadas no permiten dar cuenta de lo que está ocurriendo. Los
cambios son profundos, lo que revela, también, una transformación de la base
electoral de los partidos. Quien tenga mayor sensibilidad en el tema regional,
mayores serán sus posibilidades de éxito, especialmente si se tiene claridad
sobre los electores indecisos pero afines, quiénes son, dónde están, qué los
mueve, qué esperan de sus próximos gobernantes o representantes.
La elección presidencial de 2006
se resolvió en los estados del Bajío, particularmente donde hubo elecciones
concurrentes. Guanajuato, Querétaro y Jalisco dan ventaja de Felipe Calderón
sobre López Obrador por casi 2 millones de votos, cuando el candidato del PAN
ganó la elección presidencial por doscientos treinta y tres mil y pico de
votos. En 2006 López Obrador contó con un candidato presidencial del PRI poco
competitivo, además, por su condición de ex jefe de Gobierno del DF contaba con
una fuerza indisputada allí y en el Estado de México; en esas entidades obtuvo
cinco millones doscientos setenta mil votos, 36% de todos sus votos nacionales.
De entrada la ventaja del PRI y
de su candidato presidencial resulta de su fortaleza territorial. Peña Nieto es
el único que representa una auténtica coalición territorial. No sólo es ex
gobernador de la entidad más poblada del país, también tiene el respaldo de una
alianza territorial tejida desde hace tiempo. No hay localidad importante en la
que Peña Nieto no haya tenido presencia y cuente con aliados. En ello radica la
horizontalidad de su apoyo y la fortaleza que consignan los datos de las
encuestas.
La fortaleza del PRI también se
remite a la competitividad de sus candidatos a gobernador. Por primera vez, en
todos los estados los candidatos del PRI o de su alianza tienen ventaja o están
muy próximos al empate, como sucede en Guanajuato, entidad desde hace tiempo
gobernada por el PAN. Las cifras de hoy día anticipan que el PRI-PVEM ganaría
todas o casi todas las elecciones de gobernador.
La fortaleza del PRI y de su
candidato tiene un impacto directo sobre el PRD y su candidato presidencial. En
muchas partes del país hay una disputa de su base social. En 2006 López Obrador
era fuerte porque Madrazo estaba muy bajo en las intenciones de voto. Ahora la
situación ha cambiado con Peña Nieto y esto explica, en buena parte, las
dificultades del candidato de la izquierda. Aunque en menor grado, esto también
repercute al PAN y a su candidata. El hecho es que se va conformando una
geografía electoral considerablemente distinta a la de los comicios
presidenciales pasados, con el agregado de que el ánimo de alternancia es
significadamente alto.
Aunque con menor impacto, las
elecciones de legislador y ayuntamientos también influirán en el escenario
electoral. Candidatos competitivos en algo aportarán a la votación de los
candidatos presidenciales. La sorpresa por descifrar es lo que hará el PRI en
el DF para integrar candidaturas competitivas a partir de la fractura que
existe en el PRD, ya con el desgaste de 15 años en el gobierno. No está por
demás notar que el PAN tiene una posición muy baja en el DF y Estado de México,
entidades que suman más de la cuarta parte de los votos nacionales.
Las otras campañas son clave para
el desenlace de los comicios del 1 de julio. Esto nos remite a lo que todavía
se ignora o involuntariamente se regatea por el centralismo que niega a la
política local y que de siempre ha sido fundamental para la política nacional.
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