sábado, 11 de febrero de 2012

Entre las encuestas y la operación política

De Javier Hurtado

La política, tanto como actividad que como disciplina científica,  sigue siendo incomprendida, profusamente practicada y con frecuencia confundida.  Ya desde principios del siglo pasado Max Weber establecía distinciones que los políticos de hoy han olvidado o hasta ignoran. Por ejemplo, la existente entre los políticos que viven “de la política” y los que viven “para la política”; o  la que debe existir entre política y administración; entre políticos y burócratas.

La política se distingue de la administración en el sentido de que la primera es pasión, vida, valores, convicciones; y la segunda el frío cálculo de medios y fines sin detenerse mucho a pensar en las consecuencias humanas de las decisiones. Por eso, debe procurarse que la política determine la administración y  que el burócrata esté supeditado al político, y no al revés.

En la actualidad, junto a lo anterior prevalece una nefasta confusión: la existente entre política y “grilla”. Diego Valadés distingue: “Operador es el grillo: político el conductor, y estadista el constructor”. Dice  —y dice bien— el problema de México es que sobran los primeros y los últimos brillan por su ausencia.  

Algo que contribuye a las confusiones es que en el idioma castellano política es un concepto único con múltiples acepciones. En cambio, en el inglés el concepto polity implica al Estado y a  la disciplina (estadista); policy son las políticas que se aplican (ámbito del político) y politics es el proceso (ámbito del “operador”, y la “grilla”).

La famosa “operación política” en el mejor de los casos debería ser un despliegue natural del desarrollo de la propia actividad política (politics), pero no su contenido sustantivo (policy o polity). La buena política debería ser la búsqueda de  consensos y  acuerdos en torno a un proyecto de construcción de bienes públicos, y no la burda conciliación de intereses personales (cuando funciona). Cuando los “operadores” predominan en la política es como si los burócratas dirigieran a los políticos.

En estas épocas de campañas y definición de candidaturas la política pereciera estar atrapada entre la “operación política” y las encuestas.

Cuando las candidaturas se definen con base en la “operación política”, y esta falla, resulta difícil no sucumbir a los chantajes y caprichos personales, o dejar de entrarle a la feria de los reintegros. Cuando se determinan con encuestas cuenta más la popularidad que las ideas y se abona a la desinstitucionalización de los partidos políticos.

Así, se ha confundido popularidad y liderazgo político.  Una cosa es ser conocido y otra ser reconocido. El reconocimiento público de una persona debe ser consecuencia del buen desempeño de un político; pero, la popularidad no puede ser un criterio para reclutar políticos o candidatos.

Una candidatura se puede ganar con encuestas, pero una campaña se puede perder cuando predomina la “encuestitis” y la “operación política”. En una campaña no sólo deben contar los “amarres políticos”, sino sobre todo los proyectos y las ideas (polity y policys), que a final de cuentas es lo que el electorado valora.

Las encuestas deberían estar prohibidas como método para definir candidaturas (hacerlo es como si los jueces se eligieran por elección popular), además de que en ocasiones fallan. En vez de encuestas,  lo que debería aplicarse  son evaluaciones  y exámenes para definir candidatos.

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